Tras regar
con millones de yuanes (moneda china) la investigación sobre transgénicos
durante años, Pekín se ha lanzado ahora a divulgar estos cultivos entre su
reacia población, con el objetivo de preparar el terreno para una
comercialización a gran escala.
Para China,
una producción agrícola sólida no es solamente un asunto económico, es
sociopolítico. La dependencia de la importación de comida es vista como un
enorme riesgo para su soberanía.
El gigante
asiático tiene que sustentar al 22 % de la población mundial con sólo el 7 % de
la superficie cultivable del planeta, aunque sus dirigentes también miran a los
transgénicos con buenos ojos por otras razones.
Los organismos
modificados genéticamente (OMG) representan una nueva tecnología, pero también
una nueva industria, y tienen amplias perspectivas de desarrollo.
Las
autoridades chinas ven los cultivos transgénicos como una oportunidad de
negocio, como un sector en el que, dadas las restricciones que han impuesto
hasta ahora, su mercado doméstico está prácticamente virgen.
China sólo
permite la plantación para fines comerciales de algodón y papaya modificados
genéticamente, mientras que importa soja principalmente brasileña, de la que es
el mayor comprador, colza y maíz transgénicos.
Si bien el
resto de cultivos transgénicos han estado prohibidos hasta ahora, el gran
negocio estará en el arroz, sobre el que los científicos chinos investigan
desde hace años, el plato que nunca falta en la mesa en dicho país.
La
biotecnología agrícola fue designada como uno de los sectores de importancia
estratégica en el Plan Quinquenal 2011-2015 y el objetivo de Pekín es que en
2020 el número de patentes de semillas triplique al de 2013.
Además, se
ha puesto en marcha un plan de concentración empresarial que, entre 2011 y
2013, ya ha reducido el número de compañías nacionales de 8.700 a 5.200.
Todos esos
proyectos chocan con una barrera: la reticencia de la población a consumir
alimentos transgénicos.
Mientras la
Unión Europea da luz verde a los países comunitarios para restringir o prohibir
los cultivos transgénicos, la potencia asiática, en cambio, está resuelta a
fertilizar el terreno para que, cuando autorice su uso comercial, éstos sean
una obra de ingeniería genética “Made in China”.
Webgrafía: Nanduti.com
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