lunes, 14 de noviembre de 2011



Justo en el centro de la Vía Láctea, nuestra galaxia, duerme un enorme agujero negro que tiene cerca de un millón de veces la masa del Sol. Su nombre es Sagitario A* y, si se le compara con muchos agujeros negros supermasivos de otras galaxias, el nuestro permanece sospechosamente tranquilo. Una calma, sin embargo, que los astrónomos saben que es sólo temporal.

La zona central de nuestra galaxia, en efecto, está densamente poblada de estrellas. Tanto, que los astrónomos calculan que por lo menos una de ellas se precipita en el agujero negro cada cien mil años. Cada vez que eso sucede, y de la misma forma en que se ha observado en otras galaxias, Sagitario A* empieza a emitir radiación en varias frecuencias, todo un castillo de fuegos artificiales galácticos.

Y aunque aún no hemos tenido tiempo de presenciar uno de estos espectáculos en nuestra propia galaxia, hace apenas unos meses que investigadores de la Universidad de Kioto encontraron pruebas de que el último se produjo hace apenas unos pocos cientos de años, durante el Renacimiento.
Ahora bien, no es necesario esperar otros cien mil años para ver cómo Sagitario A* devora a una estrella. Y es que, a pesar de que se trata de un agujero negro temporalmente tranquilo, eso no significa que no tenga actividad. De hecho, Sagitario A* emite, más o menos una vez al día,pequeñas llamaradas de rayos X y en el rango de la luz infrarroja. Llamaradas muy débiles si se comparan con las que provoca la muerte de una estrella, pero aún así unas cien veces más brillantes que la emisión habitual del agujero negro.
¿Qué causa las erupciones diarias?
El astrónomo Kastytis Zubovas, de la Universidad británica de Leicester, y sus colaboradores, creen tener la respuesta: las pequeñas llamaradas son el último grito de angustia de planetas y asteroides justo en el momento de ser devorados por Sagitario A*. Sus conclusiones se publican en ArXiv.org.
Una idea que, además, da pie para resolver otro misterio: el de los grandes anillos de polvo y gas que suelen rodear a los agujeros negros y sobre cuya existencia los científicos se preguntan desde hace décadas. Según Zubovas y su equipo, esas nubes son los restos mezclados de sus innumerables "banquetes" estelares y planetarios.
Según esta nueva teoría, esos nuevos planetas y asteroides estarían destruyéndose contínuamentea causa de violentas colisiones. Cerca de un agujero negro supermasivo, en efecto, estos objetos orbitarían a cientos, quizá miles de kilómetros por segundo. Y a esas velocidades, un planeta como la Tierra quedaría, literalmente, hecho añicos si impactara con un asteroide de unos pocos kilómetros de diámetro. Y sus gragmentos acabarían convirtiéndose en polvo con el paso del tiempo.
Sistemas de planetas propios
En algunos aspectos, esas nubes de polvo se parecen a las que se forman alrededor de las estrellas recién nacidas. Y los astrónomos saben muy bien que esas nubes se condensan alrededor de las estrellas para formar planetas y asteroides. ¿No podría estar sucediendo lo mismo también alrededor de los agujeros negros supermasivos que ocupan el centro de las galaxias? Muchos piensan que sí, y que, igual que las estrellas, esos gigantes espaciales deben tener sus propios sistemas de planetas, cinturones de asteroides incluidos.
Por eso, cada vez que esas nubes se desestabilizan, quizá por una estrella que se precipita hacia el agujero negro, asteroides, cometas e incluso planetas enteros salen de sus órbitas y caen también en las fauces del monstruo. Y cada vez que eso ocurre se genera una llamarada, de tamaño proporcional a la masa del objeto que ha caído en el agujero negro.
Zubovas y su equipo han trabajado intensamente para medir la cantidad de energía que libera este proceso. Y han encontrado que las pequeñas llamaradas que emite diariamente Sagitario A* tienen exactamente el tamaño que se esperaría de la "muerte" de asteroides de cerca de diez km. de diámetro. Por supuesto, también los planetas sufrirían la misma suerte, pero los astrónomos creen que esta clase de eventos son tan raros como la muerte de estrellas y, por lo tanto, aún no hemos tenido tiempo de ver ninguno.
Si estos razonamientos resultan acertados, Zubovas ha descubierto una nueva forma de estudiar lo que sucede en las inmediaciones de un agujero negro supermasivo. El tamaño y la frecuencia de las llamaradas, en efecto, indicaría la masa y la distribución de asteroides (y de planetas) alrededor de estos auténticos monstruos espaciales, revelando además un nuevo aspecto de la auténtica complejidad y riqueza de la más extraña de las regiones de nuestra galaxia.

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