Justo en el centro de la Vía Láctea, nuestra galaxia, duerme un enorme
agujero negro que tiene cerca de un millón de veces la masa del Sol. Su nombre
es Sagitario A* y, si se le compara con muchos agujeros negros
supermasivos de otras galaxias, el nuestro permanece sospechosamente tranquilo.
Una calma, sin embargo, que los astrónomos saben que es sólo temporal.
La zona central de nuestra galaxia, en efecto, está densamente poblada de
estrellas. Tanto, que los astrónomos calculan que por lo menos una de ellas se
precipita en el agujero negro cada cien mil años. Cada vez que eso sucede,
y de la misma forma en que se ha observado en otras galaxias, Sagitario A*
empieza a emitir radiación en varias frecuencias, todo un castillo de fuegos
artificiales galácticos.
Y aunque aún no hemos tenido tiempo de presenciar uno de estos espectáculos
en nuestra propia galaxia, hace apenas unos meses que investigadores de la
Universidad de Kioto encontraron pruebas de que el último se produjo hace
apenas unos pocos cientos de años, durante el Renacimiento.
Ahora bien, no es necesario esperar otros cien mil años para ver cómo
Sagitario A* devora a una estrella. Y es que, a pesar de que se trata de un
agujero negro temporalmente tranquilo, eso no significa que no tenga actividad.
De hecho, Sagitario A* emite, más o menos una vez al día,pequeñas llamaradas
de rayos X y en el rango de la luz infrarroja. Llamaradas muy débiles
si se comparan con las que provoca la muerte de una estrella, pero aún así unas
cien veces más brillantes que la emisión habitual del agujero negro.
¿Qué causa las erupciones diarias?
El astrónomo Kastytis Zubovas, de la Universidad británica de Leicester, y
sus colaboradores, creen tener la respuesta: las pequeñas llamaradas son el
último grito de angustia de planetas y asteroides justo en el momento
de ser devorados por Sagitario A*. Sus conclusiones se publican en ArXiv.org.
Una idea que, además, da pie para resolver otro misterio: el de los
grandes anillos de polvo y gas que suelen rodear a los agujeros negros
y sobre cuya existencia los científicos se preguntan desde hace décadas. Según
Zubovas y su equipo, esas nubes son los restos mezclados de sus innumerables
"banquetes" estelares y planetarios.
Según esta nueva teoría, esos nuevos planetas y asteroides estarían
destruyéndose contínuamentea causa de violentas colisiones. Cerca de un
agujero negro supermasivo, en efecto, estos objetos orbitarían a cientos, quizá
miles de kilómetros por segundo. Y a esas velocidades, un planeta como
la Tierra quedaría, literalmente, hecho añicos si impactara con un asteroide de
unos pocos kilómetros de diámetro. Y sus gragmentos acabarían convirtiéndose en
polvo con el paso del tiempo.
Sistemas de planetas propios
En algunos aspectos, esas nubes de polvo se parecen a las que se forman
alrededor de las estrellas recién nacidas. Y los astrónomos saben muy bien que
esas nubes se condensan alrededor de las estrellas para formar planetas
y asteroides. ¿No podría estar sucediendo lo mismo también alrededor de los
agujeros negros supermasivos que ocupan el centro de las galaxias? Muchos
piensan que sí, y que, igual que las estrellas, esos gigantes espaciales deben
tener sus propios sistemas de planetas, cinturones de asteroides incluidos.
Por eso, cada vez que esas nubes se desestabilizan, quizá por una estrella
que se precipita hacia el agujero negro, asteroides, cometas e incluso planetas
enteros salen de sus órbitas y caen también en las fauces del monstruo.
Y cada vez que eso ocurre se genera una llamarada, de tamaño proporcional a la
masa del objeto que ha caído en el agujero negro.
Zubovas y su equipo han trabajado intensamente para medir la cantidad de
energía que libera este proceso. Y han encontrado que las pequeñas llamaradas
que emite diariamente Sagitario A* tienen exactamente el tamaño que se
esperaría de la "muerte" de asteroides de cerca de diez km. de
diámetro. Por supuesto, también los planetas sufrirían la misma suerte,
pero los astrónomos creen que esta clase de eventos son tan raros como la
muerte de estrellas y, por lo tanto, aún no hemos tenido tiempo de ver ninguno.
Si estos razonamientos resultan acertados, Zubovas ha descubierto una nueva
forma de estudiar lo que sucede en las inmediaciones de un agujero negro
supermasivo. El tamaño y la frecuencia de las llamaradas, en efecto, indicaría
la masa y la distribución de asteroides (y de planetas) alrededor de estos
auténticos monstruos espaciales, revelando además un nuevo aspecto de
la auténtica complejidad y riqueza de la más extraña de las regiones de
nuestra galaxia.
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