Una investigación pionera en su campo sugiere que
los neandertales no eran los brutos insensibles que mucha gente ha venido
creyendo, sino que tenían un profundo sentido de la compasión.
Un equipo de arqueólogos de la Universidad de York se
propuso escudriñar la evolución del sentimiento de la compasión en los humanos
primitivos.
Los investigadores examinaron evidencias arqueológicas sobre cómo las emociones comenzaron a surgir en nuestros ancestros hace seis millones de años, y cómo progresaron desde los individuos de aquellos tiempos hasta los seres humanos posteriores, como los neandertales, y la gente moderna como nosotros.
Penny Spikins, Andy Needham y Holly Rutherford estudiaron las evidencias arqueológicas y las utilizaron para proponer un modelo de cuatro etapas en el desarrollo de la compasión humana. Todo comenzó hace seis millones de años, cuando el ancestro común de los humanos y los chimpancés experimentó el primer despertar de la empatía por los demás y la motivación de ayudarlos, quizás empezando con actos fáciles como por ejemplo mover una rama para permitirles pasar.
En la segunda etapa, hace 1,8 millones de años, se observa que la compasión en el Homo erectus comienza a ser regulada como una emoción integrada en el pensamiento racional. El cuidado de las personas enfermas supuso una amplia inversión de esfuerzos en aras de la compasión, mientras que el surgimiento de un tratamiento especial a las personas muertas respondió a la incipiente tristeza por la pérdida de un ser querido, y el deseo de otros de contribuir a aliviar la pena de los más allegados al difunto.
En Europa, hace entre 500.000 y 40.000 años, seres humanos arcaicos como el Homo heidelbergensis y los neandertales desarrollaron compromisos profundos sobre el bienestar de los demás, como demuestra el que tuvieran una larga adolescencia y la dependencia de la caza colectiva. También existen evidencias arqueológicas de la atención rutinaria a individuos heridos, enfermos, discapacitados o ancianos durante largo tiempo. Un ejemplo de esto lo constituyen los restos de un niño con una anomalía congénita del cerebro que no fue abandonado, sino que vivió hasta los cinco o seis años de edad, y los de un neandertal con un brazo atrofiado, pies deformes y ceguera en un ojo que tuvo que ser atendido por otros, tal vez durante tanto tiempo como veinte años.
En los seres humanos modernos, esto comenzó hace 120.000 años, y la compasión se extendió a los forasteros, los animales, los objetos y los conceptos abstractos.
Los investigadores examinaron evidencias arqueológicas sobre cómo las emociones comenzaron a surgir en nuestros ancestros hace seis millones de años, y cómo progresaron desde los individuos de aquellos tiempos hasta los seres humanos posteriores, como los neandertales, y la gente moderna como nosotros.
Penny Spikins, Andy Needham y Holly Rutherford estudiaron las evidencias arqueológicas y las utilizaron para proponer un modelo de cuatro etapas en el desarrollo de la compasión humana. Todo comenzó hace seis millones de años, cuando el ancestro común de los humanos y los chimpancés experimentó el primer despertar de la empatía por los demás y la motivación de ayudarlos, quizás empezando con actos fáciles como por ejemplo mover una rama para permitirles pasar.
En la segunda etapa, hace 1,8 millones de años, se observa que la compasión en el Homo erectus comienza a ser regulada como una emoción integrada en el pensamiento racional. El cuidado de las personas enfermas supuso una amplia inversión de esfuerzos en aras de la compasión, mientras que el surgimiento de un tratamiento especial a las personas muertas respondió a la incipiente tristeza por la pérdida de un ser querido, y el deseo de otros de contribuir a aliviar la pena de los más allegados al difunto.
En Europa, hace entre 500.000 y 40.000 años, seres humanos arcaicos como el Homo heidelbergensis y los neandertales desarrollaron compromisos profundos sobre el bienestar de los demás, como demuestra el que tuvieran una larga adolescencia y la dependencia de la caza colectiva. También existen evidencias arqueológicas de la atención rutinaria a individuos heridos, enfermos, discapacitados o ancianos durante largo tiempo. Un ejemplo de esto lo constituyen los restos de un niño con una anomalía congénita del cerebro que no fue abandonado, sino que vivió hasta los cinco o seis años de edad, y los de un neandertal con un brazo atrofiado, pies deformes y ceguera en un ojo que tuvo que ser atendido por otros, tal vez durante tanto tiempo como veinte años.
En los seres humanos modernos, esto comenzó hace 120.000 años, y la compasión se extendió a los forasteros, los animales, los objetos y los conceptos abstractos.
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