jueves, 27 de octubre de 2011

Una escoba para la chatarra.


La caída del satélite UARS ha descubierto a la opinión pública un grave problema para el que la comunidad científica lleva ya años exigiendo solución. Los más de 22.000 deshechos que orbitan alrededor de la Tierra suponen una amenaza directa tanto para los satélites en activo –estación espacial o telescopio Hubble incluidos- como para las misiones tripuladas. Y ahora también parece que lo son para los propios habitantes de la Tierra, que ven como, a pesar de que las posibilidades sean remotas, un pedazo de chatarra puede caerles sobre la cabeza. Y el problema, en la medida que cada vez más países se suman a la carrera espacial, va en aumento.
Según un informe publicado en 2010 por la Agencia de Investigación de Proyectos Avanzados de Defensa de EE UU (Darpa), "aunque las proyecciones indican que puede llevar décadas alcanzar un riesgo insoportable de basura espacial", existen múltiples razones para comenzar a buscar una solución cuanto antes. “El fracaso en hacer frente a este problema tendría implicaciones importantes para el éxito de futuras misiones espaciales debido al potencial de aumento de las colisiones en órbita con objetos fuera de control ", avisa.
La propia agencia norteamericana recopila diversas opciones para remediar los efectos de tanta chatarra espacial, algunas de ellas más propias de una película de la ciencia ficción que de la realidad. Una de estas consistiría en que, al acabar la vida útil de un satélite, un globo gigantesco de helio se inflase para aumentar la atracción hacia la Tierra del aparato. Y en vez de globos bien podrían usarse alerones o velas solares.
La más defendida, tanto por la NASA como por la Agencia Espacial Europea es la de crear un láser lo suficientemente potente como para, desde la Tierra, desviar los trozos de chatarra espacial o incluso destruirlos. Además, se habla de kilométricos cables que arrastrasen los ingenios hacia el planeta, un satélite con un brazo robótico acoplado que recoja piezas, minicohetes o hasta una nave impregnada de gel adherente que vaya recopilando/pegando trozos a su paso. Algunas de estas opciones son posibles, pero todas son demasiados caras como para invertir en ellas en un momento de crisis como el actual.


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