Clostridium difficile es una
de las bacterias que más quebraderos de cabeza dan a la comunidad
médica internacional. Es la principal causante de la colitis
seudomembranosa, una diarrea infecciosa especialmente dañina en el
entorno hospitalario y que afecta cada vez a más personas en Europa y
Norteamérica. Muchas de ellas la contraen tras pasar una larga temporada
en un hospital, otras después de una terapia con antibióticos.
C. difficile no sólo resiste a casi todos los antibióticos conocidos
sino que parece vivir mejor entre ellos. El problema es que la infección
que provoca puede ser causante de una mera diarrea o complicarse con
una peligrosa inflamación de colon que en un número creciente de casos
es mortal. Hasta ahora, el tratamiento del mal era complicado. Al
paciente se le retiran todos los antibióticos excepto una familia
específica, el metronizadol, en casos severos. Pero el antibiótico mata a
la bacteria y deja ilesas las esporas con las que se reproducen, que se
reparten rápidamente por el aparato digestivo. Por eso las recaídas son
frecuentes.
Mal asunto, aunque desde hace unos años ha aparecido una alternativa terapéutica prometedora que acaba de recibir su último espaldarazo. Un estudio de la Universidad de Minnesota acaba de confirmar que la mejor opción para acabar con Clostridium difficile es el trasplante de heces.
Se trata de reponer la flora intestinal del paciente con bacterias procedentes del material fecal de un donante. El mejor modo de evitar miles de muertes es el intercambio de tan íntima materia.
La operación cosiste en extraer heces del intestino de un donante, purificarlas y mezclarlas con una solución salina que será emplazada en el aparato digestivo del enfermo. Para ello se puede utilizar una colonoscopia o una sonda nasogástrica. El efecto es justo el contrario del que se produce con los tratamientos antibióticos: si con estos se eliminan las bacterias del intestino (tanto las dañinas como las beneficiosas) y, por lo tanto, se producen indeseados efectos secundarios, con el trasplante se aumenta la densidad de individuos microscópicos en el organismo, pero son bacterias procedentes de un paciente sano que repueblan el organismo del enfermo y le permiten luchar contra el clostridium invasor.
La investigación de Minnesota demuestra ahora que los pacientes presentan mejoras evidentes del estado general y niveles de repoblación de su microbioma intestinal muy aceptables incluso más de 21 semanas después del tratamiento.
Los autores del trabajo han utilizado material genético de docenas de enfermos y de donantes y han comparado la evolución de su microfauna intestinal. Los microbios del aparato digestivo de ambos (donante y receptor) variaron en cantidad y calidad durante el periodo de estudio. Pero en ambos casos se mantuvieron dentro de los niveles aceptados como sanos. Otro hallazgo interesante es que no existen diferencias aparentes en la eficacia del tratamiento, sea éste a base de material fresco o con soluciones previamente congeladas.
Parece que el trasplante de heces gana una nueva posición en la carrera de las terapias prometedoras. Con estos nuevos datos, sobre todo con la constatación de que los beneficios pueden durar hasta 21 semanas, se podrá regular mejor el tipo de pacientes que lo reciba y se controlará cómo afecta el trasplante a las modificaciones bacterianas provocadas por la dieta y otros hábitos. Además, se abre la puerta a la proliferación de bancos de heces con preparados congelados que, de momento, puedan servir para que más científicos investiguen con ellos y, en el futuro, para ampliar el tratamiento a más pacientes.
Fuentes:
La Razón
Mal asunto, aunque desde hace unos años ha aparecido una alternativa terapéutica prometedora que acaba de recibir su último espaldarazo. Un estudio de la Universidad de Minnesota acaba de confirmar que la mejor opción para acabar con Clostridium difficile es el trasplante de heces.
Se trata de reponer la flora intestinal del paciente con bacterias procedentes del material fecal de un donante. El mejor modo de evitar miles de muertes es el intercambio de tan íntima materia.
La operación cosiste en extraer heces del intestino de un donante, purificarlas y mezclarlas con una solución salina que será emplazada en el aparato digestivo del enfermo. Para ello se puede utilizar una colonoscopia o una sonda nasogástrica. El efecto es justo el contrario del que se produce con los tratamientos antibióticos: si con estos se eliminan las bacterias del intestino (tanto las dañinas como las beneficiosas) y, por lo tanto, se producen indeseados efectos secundarios, con el trasplante se aumenta la densidad de individuos microscópicos en el organismo, pero son bacterias procedentes de un paciente sano que repueblan el organismo del enfermo y le permiten luchar contra el clostridium invasor.
La investigación de Minnesota demuestra ahora que los pacientes presentan mejoras evidentes del estado general y niveles de repoblación de su microbioma intestinal muy aceptables incluso más de 21 semanas después del tratamiento.
Los autores del trabajo han utilizado material genético de docenas de enfermos y de donantes y han comparado la evolución de su microfauna intestinal. Los microbios del aparato digestivo de ambos (donante y receptor) variaron en cantidad y calidad durante el periodo de estudio. Pero en ambos casos se mantuvieron dentro de los niveles aceptados como sanos. Otro hallazgo interesante es que no existen diferencias aparentes en la eficacia del tratamiento, sea éste a base de material fresco o con soluciones previamente congeladas.
Parece que el trasplante de heces gana una nueva posición en la carrera de las terapias prometedoras. Con estos nuevos datos, sobre todo con la constatación de que los beneficios pueden durar hasta 21 semanas, se podrá regular mejor el tipo de pacientes que lo reciba y se controlará cómo afecta el trasplante a las modificaciones bacterianas provocadas por la dieta y otros hábitos. Además, se abre la puerta a la proliferación de bancos de heces con preparados congelados que, de momento, puedan servir para que más científicos investiguen con ellos y, en el futuro, para ampliar el tratamiento a más pacientes.
Fuentes:
La Razón
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