En la donación de órganos hay una constante que, en mayor o menor
medida, se repite en todos los países: siempre hay más demanda
(pacientes necesitados de una intervención) que oferta (donantes). De
ahí los esfuerzos por buscar nuevas soluciones que permitan aumentar el
número de riñones, pulmones o corazones disponibles. Una muestra de ello
es la vía elegida por el hospital de Papworth (Cambridge, Reino Unido) que ha anunciado el trasplante de un corazón
obtenido después de que el donante muriera por parada cardiaca. Hasta
ahora, estos órganos no se consideraban aptos para trasplante y los
cirujanos los desechaban. El centro sanitario británico estima que este
procedimiento puede incrementar un 25% el número de corazones
disponibles.
“Había alguna pequeña experiencia previa, pero es una técnica novedosa”, relata Rafael Matesanz, responsable de la Organización Nacional de Trasplantes (ONT). “Es prometedor e interesante”, añade.
Hasta ahora, los corazones para trasplante se extraen de pacientes en muerte cerebral, con el corazón en pleno funcionamiento.
De los donantes a corazón parado —como se les conoce en la jerga— se
pueden obtener otros órganos (riñones, pulmones, hígado), pero no el
corazón. En este caso hay dos grupos diferenciados de pacientes. Uno de
ellos son las personas que mueren por un fallo cardiaco, como puede ser
un infarto, por lo que el corazón es irrecuperable ya que se daña al
quedarse sin riego.
Hay un segundo grupo de enfermos, que se encuentran controlados en un
entorno hospitalario, que, por ejemplo, después de haber sufrido un
traumatismo craneoencefálico, tienen un pronóstico fatal pero no cumplen
las condiciones de la muerte cerebral. Una vez descartada su
supervivencia, cuando la familia lo permite, se procede a retirar las
medidas de soporte vital y, tras certificar la muerte por parada
cardiaca, se accede a los órganos para donarlos.
Es en este conjunto de pacientes en el que se podría aprovechar,
además de los órganos abdominales, también el corazón. “No son muchos,
aunque cada vez hay más casos de este tipo, lo que hace esta técnica aún
más interesante como vía de expansión”, explica Matesanz.
En los dos primeros meses de 2015 las cifras de estos donantes se han
multiplicado por cinco (han pasado de 7 a 35, de un total de 1.682
donantes que hubo en España en 2014, país líder de trasplantes en el
mundo). “De ahí la importancia conceptual de este asunto”, apunta.
Ha habido alguna experiencia previa. De hecho, en los primeros
injertos cardiacos que se practicaron en la década de 1960 se recurrió a
donantes a corazón parado. “No se manejaba aún el concepto de muerte
cerebral, ni estaba contemplada por la ley, por lo que necesariamente
había que esperar a que el corazón dejara de funcionar [para certificar
el fallecimiento]”, relata el director de la ONT.
En 2008 se retomó la idea de forma experimental aplicada al trasplante infantil por parte del hospital pediátrico de Denver (EE UU). El año pasado hubo otro precedente —un paciente en el St Vincent's Hospital de Sídney
(Australia)— que ha sido refrendado ahora por el enfermo británico, al
usar en ambos casos un novedoso equipo de perfusión y monitorización
extracorpórea que cuida y mantiene al corazón vivo hasta el trasplante, y
ofrece mejores resultados.
La técnica consiste en devolver el latido al paciente fallecido
mediante choque eléctrico cinco minutos después de su muerte. Durante 50
minutos se monitoriza y se mantiene el riego con sangre y nutrientes,
tanto del corazón como de otros órganos vitales. Pasado este tiempo, el
órgano se extrae y se transfiere a un dispositivo que permite mantener
intacta toda su actividad fisiológica y metabólica.
Al cabo de tres horas de esta particular puesta a punto, el corazón
se injertó en el paciente, Huseyin Ulucan, un londinense de 60 años,
víctima de un ataque cardiaco en 2008, y que se recupera
satisfactoriamente.
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