Su conclusión es que la respuesta realista y más eficaz es la primera opción, la reducción de las emisiones. Entre las otras estrategias, algunas pueden ayudar a lograr el objetivo de frenar el calentamiento, pero otras conllevan problemas e incertidumbres.
Cusak y sus colegas han aplicado criterios “técnicos, económicos, ecológicos, institucionales, dimensiones éticas y aceptación social” para evaluar las cinco opciones consideradas más prometedoras de contención de emisiones, explican en la revista Frontiers in Ecology and the Environment.
“Hemos visto que la ingeniería del clima no ofrece una solución óptima”, señala la líder de la investigación, Daniela Cusak, de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA). “La opción perfecta es reducir las emisiones. Tenemos que recortar la cantidad de emisiones que estamos introduciendo en la atmósfera si, en el futuro, queremos tener algo parecido a la Tierra actual”. El objetivo, señalan los investigadores, es reducir las nueve gigatoneladas (9.000 millones de toneladas) de CO2 que las actividades humanas introducen cada año en la atmósfera.
Ninguno de estos métodos alternativos se acerca tanto al objetivo de reducción de emisiones como el incremento de la eficiencia energética y los combustibles bajos en carbono, señalan los investigadores en un comunicado de UCLA. Las tecnologías ya disponibles, añaden, podrían reducir la cantidad de carbono añadido a la atmósfera en unas siete gigatoneladas al año.
Entre las estrategias analizadas, el secuestro de carbono por medios biológicos, como plantas, es la opción más prometedora entre las alternativas de ingeniería del clima. Si se invierte la tendencia de destrucción de bosques y selvas existentes al tiempo que se incrementan las plantaciones, se pueden fijar hasta 1,3 gigatoneladas de CO2 al año en forma de plantas, estiman los investigadores, que recuerdan que la deforestación es responsable de una gigatonelada de emisiones a la atmósfera cada año.
Los investigadores también insisten en las ventajas de una gestión adecuada del suelo agrícola. También puede ser útil otra forma menos conocida de secuestro biológico de carbono: la producción y enterramiento de carbón vegetal, producido mediante procesos de alta temperatura y presión de restos vegetales que generan pocas emisiones de CO2 a la atmósfera en comparación con la descomposición normal. Esto puede funcionar para almacenar el carbono fijado por las plantas mientras estaban vivas. “El carbón vegetal se ha utilizado durante siglos para mejorar el suelo agrícola, pero los científicos empiezan ahora a apreciar su potencial para fijar gases de efecto invernadero”, recalca Cusak.
Cada año se emiten nueve gigatoneladas de anhídrido carbónico
Otra forma de secuestro biológico de carbono, sin embargo, es más controvertida, concluyen los investigadores. Se trata de la fertilización del océano con hierro para estimular el crecimiento de algas que capturan carbono. Para Cusak y sus colegas esta estrategia es poco viable. Se calcula que menos de una cuarta parte de las algas se hundirán secuestrando carbono en el fondo oceánico durante un período largo de tiempo, mientras que el resto se convertirá en alimento de otras especies y el CO2 acabará en la atmósfera, argumentan. Y ello sin olvidar que la proliferación de algas provocará una disminución del oxígeno disponible en el agua para otros organismos. Esta estrategia se ha ensayado en varios experimentos oceánicos y los resultados acerca de su eficacia como secuestro de carbono ha resultado ser, efectivamente, controvertida. Es la opción menos recomendable para estos científicos de las que han analizado.
La captura y almacenaje de CO2 licuado en formaciones geológicas se está utilizando ya asociado a las plantas de extracción de petróleo, refinerías y minas de carbón (millones de toneladas de dióxido de carbono se almacenan ya anualmente), y se avanza en tecnologías para otros sectores industriales. Los investigadores calculan que esta estrategia tiene potencial para almacenar de forma permanente más de una gigatonelada de carbono cada año. Sin embargo, Cusak y sus colegas advierten de que una fuga de estos almacenes “podría ser fatal para personas y animales” en el entorno, de manera que, aunque sea poco probable un accidente, pueden no obtener la plena aceptación social.
La idea de formar nubes artificialmente para evitar el calentamiento de la Tierra al aumentar la cantidad de radiación solar reflejada hacia el espacio, o incluso la instalación de reflectores en el espacio para lograr el mismo fin, parece poco viable. Los investigadores recuerdan que es relativamente fácil sembrar nubes, pero su impacto potencial está lleno de incertidumbres en el caso de utilización masiva.
La conclusión del estudio, escriben los científicos en Frontiers in Ecology and the Environment, es que aunque la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero debe ser la respuesta principal al cambio climático, “algunos enfoques de ingeniería climática de bajo riesgo y con balance efectivo de coste/efectividad deberían aplicarse como complemento”.
Otra forma de secuestro biológico de carbono, sin embargo, es más controvertida, concluyen los investigadores. Se trata de la fertilización del océano con hierro para estimular el crecimiento de algas que capturan carbono. Para Cusak y sus colegas esta estrategia es poco viable. Se calcula que menos de una cuarta parte de las algas se hundirán secuestrando carbono en el fondo oceánico durante un período largo de tiempo, mientras que el resto se convertirá en alimento de otras especies y el CO2 acabará en la atmósfera, argumentan. Y ello sin olvidar que la proliferación de algas provocará una disminución del oxígeno disponible en el agua para otros organismos. Esta estrategia se ha ensayado en varios experimentos oceánicos y los resultados acerca de su eficacia como secuestro de carbono ha resultado ser, efectivamente, controvertida. Es la opción menos recomendable para estos científicos de las que han analizado.
La captura y almacenaje de CO2 licuado en formaciones geológicas se está utilizando ya asociado a las plantas de extracción de petróleo, refinerías y minas de carbón (millones de toneladas de dióxido de carbono se almacenan ya anualmente), y se avanza en tecnologías para otros sectores industriales. Los investigadores calculan que esta estrategia tiene potencial para almacenar de forma permanente más de una gigatonelada de carbono cada año. Sin embargo, Cusak y sus colegas advierten de que una fuga de estos almacenes “podría ser fatal para personas y animales” en el entorno, de manera que, aunque sea poco probable un accidente, pueden no obtener la plena aceptación social.
La idea de formar nubes artificialmente para evitar el calentamiento de la Tierra al aumentar la cantidad de radiación solar reflejada hacia el espacio, o incluso la instalación de reflectores en el espacio para lograr el mismo fin, parece poco viable. Los investigadores recuerdan que es relativamente fácil sembrar nubes, pero su impacto potencial está lleno de incertidumbres en el caso de utilización masiva.
La conclusión del estudio, escriben los científicos en Frontiers in Ecology and the Environment, es que aunque la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero debe ser la respuesta principal al cambio climático, “algunos enfoques de ingeniería climática de bajo riesgo y con balance efectivo de coste/efectividad deberían aplicarse como complemento”.
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