lunes, 1 de junio de 2015

AUTOPSIA A UN TIRANOSAURIO

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Acerqué cautelosamente la cabeza a las fauces de la bestia. El gigantesco tiranosaurio parecía dormido. La boca entreabierta mostraba una colección de enormes dientes curvos. Las poderosas mandíbulas eran capaces de aplicar una fuerza igual a las de seis cocodrilos marinos australianos, un mordisco susceptible de arrancar de una vez 225 kilos de carne, equivalentes a 1.000 hamburguesas. Si un bicho así podía engullir medio hadrosaurio de un bocado, qué no haría conmigo. Me asomé a la boca tremenda y oscura para aspirar el pesado aliento del T. Rex y el excitante aroma del Cretácico: olía a pintura fresca y a plástico.



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La extraordinaria aventura de verme cara a cara con un tiranosaurio, que no es algo que en el periodismo actual te suceda cada día, comenzó cuando descolgué el teléfono y una voz me preguntó: “¿Te apetecería asistir a la autopsia de un dinosaurio”. Dado que en mi horizonte profesional lo más apasionante es la próxima edición del Sónar, me quedé sin habla. Eso sí que es un evento y no la Semana Catalana del Libro, me dije. Resultó que no era una broma. Es sabido que hablando de manera estricta no se le puede hacer una autopsia a un dinosaurio por la sencilla razón de que todo lo que nos queda de ellos, pasados 65 millones de años de su definitiva despedida, son restos fosilizados, para hablar en plata: petrificados.
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Se han hallado algunas momias de dinosaurios –como la del subadulto Brachylophosaurus canadensis (un hadrosaurio de Montana), denominado familiarmente Leonardo– que conservaban indicios de la piel o de órganos internos, pero que no son menos de piedra. ¿De dónde había salido pues un dinosaurio fresco, y nada menos que el más emblemático, la quintaesencia del dinosaurio, un Tyrannosaurus rex, al que se pudiera diseccionar como a un animal recién muerto en la carretera?

“En realidad, lo hemos construido nosotros”, me explicaron los responsables de uno de los proyectos más sensacionales y seguramente más extravagantes de National Geographic, que coincide y no por casualidad con el próximo estreno el 12 de junio de la nueva película de dinosaurios de Spielberg, Jurassic World –con la isla Nublar 20 años después convertida en parque temático–. Mucho han cambiado las cosas en la casa de los exploradores y la centenaria revista amarilla para que acometan planes semejantes, pero, en fin, también parecía raro en su momento lo del batiscafo.

Lo que han hecho es crear, uniendo conocimientos paleontológicos y técnicas de efectos especiales, una réplica exacta de un tiranosaurio, una reconstrucción anatómicamente completa, a tamaño natural, con piel y huesos y, lo más extraordinario, ¡entero por dentro!, con carne, músculos, órganos, incluidos los reproductores, vísceras y sangre, muchísima sangre, cientos de litros. La dino-frankensteiniana idea ha sido colocar el bicho como si estuviera recién muerto y abrirlo ante las cámaras de National Geographic Channel (NGC) en un programa muy (pero que muy) especial de dos horas para ir desvelando y analizando todo su contenido.

Al tiempo se proporciona toda la información disponible en la actualidad sobre esos supercarnívoros. La operación de trinchar al T. Rex, por así decirlo, ha recaído en un equipo de paleontólogos con un cirujano veterinario al frente. Es difícil decir si T. Rex Autopsy (que se emite el próximo domingo, 7 de junio) es una asombrosa genialidad o una locura. Sea como sea, la cosa ha costado un montón enorme de dinero.

http://elpais.com/elpais/2015/05/29/eps/1432912972_519994.html

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